La responsabilidad social del oficio de periodista (III)

Josep Puigbó
16 de febrero de 2016

Como a continuación de los dos posts anteriores, llego a otro punto que no quiero pasar por alto. La información versus la opinión. Los hechos son sagrados, las opiniones son libres. Siempre nos lo habían enseñado así. Es necesario que el lector, oyente o telespectador, disponga de herramientas suficientes como para saber discernir cuándo un periodista informa (que describe y contextualiza) de cuándo opina (que da su opinión). Y es que la frontera, hoy, no está tan clara. Quizás lo es más en la prensa, donde queda pautada la diferencia entre una noticia y una columna o artículo de opinión. No tanto en los medios audiovisuales, especialmente en algunos, donde la mezcla de información y opinión vulnera las reglas más esenciales. Por eso, cuando un periodista le contrata para informar, tiene que saber utilizar las herramientas básicas que, con el tiempo y las prisas, hemos ido perdiendo por el camino. Herramientas tanto básicas como contrastar las informaciones antes de emitirlas.

La responsabilidad social del oficio de periodista, entiendo que, fundamentalmente, debe basarse en la honestidad. Porque si la carga de responsabilidad es tal que le exigimos, además, objetividad, neutralidad e independencia al cien por cien, en esta profesión no quedaría absolutamente nadie. Me quedo con la honestidad profesional, con la conciencia ética, porque sé que -aunque me lo proponga- ni seré suficientemente objetivo, ni seré suficientemente neutral -y ante según qué, no lo seré deliberadamente- y seré demasiado dependiente de según quién y de según qué circunstancias.

Y si pensamos en la honestidad y en la ética como valores intrínsecos del ejercicio del oficio de periodista, debemos poner sobre la mesa un debate muy complejo, delicado y difícil. Lo que hace referencia al ámbito de los tribunales y la justicia. Nuestro papel es informar o recrearnos en juicios paralelos? Nuestro papel es el de limitarnos a repetir una y cien veces las mismas imágenes de detenidos -esto que se ha bautizado como la pena de telediario-? El papel de tertulianos y de opinadores es divagar -y pontificar- por lo que han leído o han oído de otros periodistas? Cada vez, el periodismo es más de mesa, de corta y pega, de repetir sin investigar. Es el oficio fácil, o mejor dicho, es la negación de nuestro oficio. Es el abandono de nuestra responsabilidad social.

Pero, claro, el periodista no está solo. Me refiero a las empresas para las que trabajan. Junto a la ética y la honestidad del periodista, debe haber también, en paralelo, la honestidad y la ética de la empresa, sea pública o privada. Cuando ésta, de forma deliberada, toma partido por determinados intereses, políticos o económicos, se está perdiendo esta garantía fundamental del buen periodismo que se llama credibilidad. El engaño, entonces, consiste en dar continuamente lecciones de independencia a los demás, mientras se elaboran portadas de escándalo que son verdaderos editoriales a favor de unos y en contra de los demás. El engaño es, justamente, autoproclamarte lo que no eres.

Muchos medios han dejado de observar los hechos con cierta distancia. En algunos casos, porque miran la historia desde arriba, desde el poder. En otros, porque forman parte del mismo poder. Si el mundo no se mira también desde abajo, se pierde la perspectiva.

El periodista no puede ver ni transmitir la realidad desde un solo lado, debe mirar desde todos los lados. Solo así la información es de calidad, es veraz y contrastada. El ejercicio profesional, así, tiene sus fundamentos en el respeto a determinados valores y siguiendo determinadas normas de conducta. Son los valores que distinguen un determinado oficio y le dan fisonomía propia. En el ejercicio del periodismo, este valor distintivo es la veracidad.

El sector de la comunicación es uno de los sectores económicos mundiales que ha tenido un desarrollo y un mayor crecimiento en los últimos años. Algunas de las grandes corporaciones de medios, desde la perspectiva empresarial, consideran la información como una mercancía. Son conscientes de que hacen un servicio que es público, pero también tienen presente -como debe ser- que son una industria que tiene que ser económicamente rentable para continuar funcionando. Y aquí es donde radica uno de los conflictos más latentes. En la dificultad, muchas veces, de compaginar los intereses económicos de las empresas y las convicciones morales de los periodistas. Un problema que afecta a los deberes y los derechos de los periodistas, que procuran resolver los Códigos éticos. Periodistas que tienen que hacer compatible su lealtad a la empresa para la que trabajan y, al mismo tiempo, a la sociedad a la que sirven.

Hay una percepción social ampliamente aceptada y que es errónea. Los medios de comunicación no son agrupaciones altruistas de profesionales con la única finalidad de informar correctamente de lo que pasa. Son empresas con ánimo de lucro que deben responder a su objetivo prioritario de maximizar sus beneficios. Por lo tanto, deben atender varias funciones, como cualquier empresa. Ser competitivas en el mercado, lanzar productos atractivos, generar beneficios y asegurar su capacidad de mantenerse. Una empresa informativa, por lo tanto, es aquella que se dedica a la compraventa de informaciones, que abre un mercado de noticias, en el que la principal mercancía, el objeto de comercio, es la información. A partir de esta premisa, si quieren mucho mercantil, la realidad nos demuestra que la esperada ética que deberían regir los medios de comunicación no deja de ser una utopía. Muchos de ustedes lo pueden comprobar a diario, leyendo, escuchando o viendo como algunos mensajes y contenidos degradan la credibilidad de los medios.

Y es que la audiencia, hoy por hoy, es la principal finalidad de los medios, ya que audiencia equivale a ingresos. Aunque aquí haya una ecuación sencilla y puramente numérica que parece válida, pero que es falsa: a más ventas, más acierto y más prestigio profesional.

El afán de empresas periodísticas y de periodistas de informar primero que la competencia sacrifica muchas veces la confirmación de los hechos, desfigura la realidad sólo por el mero hecho de intentar hacerla más atractiva y más vendible. Por ello, y salvando notables excepciones, el ejercicio profesional del periodismo hoy no pasa por el mejor momento en cuanto al reconocimiento del público general.

Quisiera recordar aquí, porque pienso que es importante subrayarlo, que el ejercicio profesional y los derechos que le amparan no son una exclusiva de los periodistas, sino una facultad que la sociedad les ha delegado. Y cada integrante de esta sociedad es el titular del derecho a la libertad de expresión y de información.

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